domingo, 11 de octubre de 2009

La Parada.


Definitavamente, lo mío son las paradas de autobús. Cada viaje que hago termino "conociendo" a alguién. Entre diez y cuarenta minutos de flash-back de las vidas de las personas, que lo cuentan con detalles minuciosos y alegría o tristeza en sus ojos, que no se esconden trás máscaras de prejuicios que asociamos a los lugares de trabajo, institutos, al centro de salud o al callejón oscuro del cual no nos atrevemos a meternos por miedo a la persona que está apoyada contra la pared. Son personas de primeras impresiones, para mi, son las más importantes. Puede ser que nos equivoquemos y juzgamos mal, pero creo que las primeras impresiones son las que más credulidad y seguridad nos dan de como es la persona. El tiempo y los sentimientos de simpatía terminan nublando la imágen que tenemos y deformandola. Al final terminamos con una imágen irreal creada por nosotros. Vemos lo que queremos ver y no lo que és, por eso abrir los ojos duele y parece que la luz te quema cuando descubrimos algo que no creíamos que esa persona fuera capaz de hacer.
Muchas veces no queremos ver a las personas en nuestro entorno, no las necesitamos y nunca las vamos a volver a ver. Son paradas que no deberían afectar al destino.
Siempre he querido tener esos encuentros ocasionales como tienen los personajes de un libro o una película: Un encuentro que termina cambiándole la perspectiva que tiene el personaje de su vida y hace que tome las riendas y dé el empujón para conseguir lo que quiere.
Mis encuentros, son los de las paradas. No afectan a la imágen en su conjunto pero si atribuyen detalles ocultos a primera vista.
¿Por qué me han tocado las paradas? No lo sé. Podría evitar el transporte público, pero es demasiado divertido. Nunca sabes quién se va sentar a tu lado y empezar a contarte anécdotas increíbles y que más bien parecen mentiras.
Supongo que son también peligrosas y que no hay que fíarse de los desconocidos, sin embargo, no podemos no confiar en ellos. La confianza es algo tan innato que aunque afirmamos ser muy desconfiados, no podemos evitar tener fe en algo. Por ejemplo, al cruzar la carretera porque el semáforo está en verde. Confiamos en que vayamos a poder cruzarla sin ningún problema. Cuando vamos al médico, confiamos en que nos va poder curar y que no ocurrá ninguna negligencia. Al levantarnos de la cama todas las mañanas confiamos en que vamos a volver por la noche.
No podemos hacer otra cosa que confiar en la humanidad, por muy cursi que sea.
Por eso le sonrío a la persona que se sienta a mi lado y le contesto a sus preguntas. Puede ser que sea un asesin@ de serie y simplemente buscando a su próxima víctima, pero no puede hacer otra cosa que desear que la realidad sea más simple que mi imaginación.
También tiene sus ventajas conocer a desconocidos; ya me han invitado a la República Dominicana a beber cócteles y tengo una casa dónde quedarme.
Por eso no entiendo a la gente que dice que nunca puede hacer nada porque no le dan ninguna oportunidad. Son ellos que no les dan oportunidades a la gente. La vida está llena de opurtunidades, solo hay que saber verlas y aprovecharse de ellas. Nuestra vergüenza y la importancia de las opniones de los demás pasajeros nos acojonan y el miedo al miedo nos deja impotente.
Me gustaría ser el vagabundo que conoce al mundo -tanto lo esperado y lo inesperado- y no tiene miedo a conocerlo, pero por ahora renunció al conocimiento y me quedo con la comodidad de mi rutina y mi hogar-el trayecto que tiene sus horarios, paradas y siempre el mismo destino-.